Para abordar el reverso del sueño americano no es necesario recurrir al cine y la literatura. La NFL, bajo esa gruesa y aparentemente invulnerable capa de glamour, es un manantial de historias trágicas protagonizadas por grandes perdedores.
Hace un par de años me fue imposible no sentir pena ante el drama que rodeó al ala defensiva Joseph Ossai tras aquel foul personal contra Patrick Mahomes que le abrió la puerta a los Chiefs para derrotar a los Bengals en la final de la AFC. Obsesionado con el destino de los perdedores, recuerdo que, durante mis dÃas como editor de este espacio, le pedà al periodista AnÃbal Santiago un texto que arrojara luz sobre la historia personal de Ossai —un jugador nacido en los barrios marginales de la capital de Nigeria durante el cambio de siglo, que terminó en Houston como parte del sistema de migración aleatoria de Estados Unidos— más allá del ruido de las siempre inflamables redes sociales. El texto que aludo se puede leer ²¹±ç³ÜÃ.

Este fin de semana logré, contra todo pronóstico, ser capaz de soportar la descorazonadora derrota de los Lions y las imágenes de Dan Campbell —el último John Wayne— destrozado, puesto que lo que verdaderamente me rompió fue la circunstancia en la que se vio envuelta el casi siempre fiable Mark Andrews después de dejar caer dos pases cruciales durante la eliminación de los Ravens a manos de los Bills —un contrastado y fértil territorio de personajes caÃdos en desgracia: Scott Norwood, Tyler Bass—.
La verdad es que podrÃa intentar redimirlo rememorando la ocasión en la que le salvó la vida a una pasajera durante un vuelo con destino a Phoenix, cuando Andrews, quien desde niño padece diabetes tipo 1, intercedió con su kit de emergencia para que un doctor a bordo del avión pudiera estabilizar el ritmo cardÃaco de una mujer que no tenÃa pulso. O también podrÃa hablar de su milagrosa recuperación tras sufrir un aparatoso accidente de carretera mientras se dirigÃa al complejo de entrenamiento de los Ravens a dos semanas del debut contra los Chiefs en la Semana 1.

Pero en realidad quiero dejar patente mi intención por desistir en exorcizar con urgencia a los perdedores. Lo que me parece más interesante es cómo aprendemos, si es que es posible, a abrazar esas imperfecciones y ese lado oscuro de nuestros héroes. Cómo hacemos para empatizar con sus horas más bajas, con el riesgo que supone humanizar a gente a la que se le penaliza cualquier manifestación medianamente humana.
Asà como las grandes ciudades no se conforman exclusivamente por los rascacielos dominantes y los paisajes idÃlicos, resulta conveniente asumir que la NFL, eternamente idealizada como un parque temático, de vez en cuando también es el bar crepuscular con puertas de vaivén, cáscaras de cacahuete y aserrÃn en el suelo. Entre más pronto lo aceptemos, mejor.